24.5.17

TURISMO Y DENUNCIA





Muchos miran lo nuestro con ojos vacíos
¡Los turistas!
Y lo nuestro se va desvaneciendo,
poco a poco,
de tanto ser mirado mal.
A veces, miran con ojos extraños
¡Los turistas!
y ven cosas que nosotros no vemos.
Así, entre lo que se desvanece y lo que aparece,
nos perdemos.

Nombran las cosas con un verbo extraño,
¡Los turistas!
con un acento curioso y exótico
que acaba transformando todo,
lentamente, en lo que no es,
como en un Génesis fallido.
¡Oh, magia perversa de la lingua franca!
¡Oh, contubernio de los demasiados!
¡Imprecisiones en los folletos!
Tópicos típicos y estúpidos.
Horrores de la cultura masificada,
simplificada, amputada,
semidigerida y regurgitada,
para que crean todos que entienden,
para que crean que saben
para que opinen
para que digan
¡Para!

Una nueva gente recorre nuestras calles
¡Los turistas!
como la marabunta recorre la selva.
En todos sitios, por millares,
los extraños habituales:
los descamisados sonrosados, de paella y sangría,
los singles solitarios,
o en tropel,
los que siguen a la del paraguas colorao.
Personas, sin duda, pero ejerciendo de masa.
Mensajeros de un Nuevo Mundo
donde la historia es anécdota
donde los souvenirs son gadgets,
las fotos selfis,
y los recuerdos… nada.
Sólo aspiran a venir
Para poder decir “estuve allí”.

¡El turismo! El mayor de todos los ismos mismos.
¡Que ni siquiera es turismo!
Es el último acto de la confusión,
la ceremonia final de un mundo que agoniza,
que se diluye hasta desaparecer, como profetizó Ende[1].
¿Dónde están aquellos viajeros de antaño?
Los que se perdían para encontrarse.
¿Y dónde están los paisajes?
Mil veces usurpados, mil veces troceados,
para ser mil veces revendidos.
Sólo queda el skyline,
parecido a otros  mil skylines de otros mil sitios.
¡He aquí el millón de muertes de los paisajes!
Todas las ciudades iguales.
Y aún peor, todo el mundo un suburbio.
Un suburbio por todas partes.
Suburbio en el campo, que sólo es un montón de accesos
a lo que antes fueron ciudades.
Suburbio las ciudades mismas, que han dejado de serlo,
¡todas! para ser simples urbes.
O para ser parques temáticos,
si tenían alguna historia…
Y ¿dónde están esas historias?
Esas historias que ya nadie cuenta,
porque están en un CD…
¡Y en la red!
Digitalizadas.
Así, hasta que todos seamos
unos y ceros…
…de ocho en ocho,
en la última fiesta de los bytes.


                                     Aleix Diz



[1] La Historia Interminable, Michael Ende.